«Entre el Decir y el Hacer: El Valor de la Honestidad y la Comunidad en Tiempos de Crisis»

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Año 2024. La complejidad parece ser sinónimo de realidad, pero quien les habla lo hará desde lo simple. Esto no solo es honestamente conveniente, sino también porque tengo una corta, pero valiosa relación con la esperanza.

Las juventudes estamos lejos, atomizadas, desconocidas, cómodas y deprimidas. Sin embargo, aún poseemos la energía vital de los cuerpos, aquellos capaces de moverse, habitar y recorrer para sacar conclusiones propias, conclusiones de las que tarde o temprano tendremos que hacernos cargo.

Frente a la contradicción principal de la desesperanza, nuestra creatividad es la principal herramienta: la creatividad para crear algo nuevo, no solo para imaginarlo.

El murmullo constante de la velocidad digital y líquida que usa las palabras con ligereza y desenfreno puede dejarnos aturdidos por momentos, pero no podemos permitir que nos atrofie las manos y los pensamientos si queremos escribir la historia y no simplemente ser descritos en ella.

No sé si todo es mental o no, pero sí sé que, si hay un camino que nos puede llevar a la futura destrucción hipotética sobre la que muchos jóvenes apoyamos nuestra incertidumbre, es aquel donde simplemente señalamos todo lo que está mal para reafirmar nuestra cuota de pesimismo, capaz de lavar responsabilidades. 

La posterior desgana del desesperanzado facilita la deshumanización, el pensarse espectadores del desastre, un elenco que poco puede interferir en la vida social y real, una noción del individuo sin historia ni vida después de la muerte, un cúmulo de conflictos tristes y aislados.

No podemos esperar soluciones mágicas y verticalistas que intenten amoldar forzadamente nuestras creencias a las situaciones cotidianas con el objetivo de tener razón. Este reflejo de comodidad mental, que antepone el esquema teórico a la práctica, es una de las principales causas de la desconexión con el otro. A veces, pareciera que todos estamos esperando que ocurran cosas para poder opinar sobre ellas, reflexionarlas, reinterpretarlas y cuestionarlas, mientras que lo importante no es cómo seguimos donde nos habíamos quedado o quiénes se cayeron en el camino, sino quién tiene razón.

El origen de la cuestión se diluye y el esquema se invierte: las tomas de decisiones orbitan en torno a consecuencias de cosas que todavía ni siquiera han ocurrido. Nuestra mente vaga, dejando lo concreto diluido en la abstracción.

Somos adictos a la política de la lengua, de la palabra. Somos especialistas en retórica y en la creación de consignas elocuentes; en eso somos los mejores, no tengo duda. Pasamos horas contándonos a nosotros mismos nuestras propias observaciones súper certeras para diagnosticar los sucesos.

Esta política de la lengua es muy respetada y da frutos individuales jugosos. Alimenta el ego cuando es escuchada y retroalimentada con más política del habla. ¡No seamos solo lo que decimos! ¿Qué hacemos desde que enunciamos lo que debería ser hasta que lo enunciamos de nuevo? ¿Hay algo entre el decir y el volver a decir? ¿A alguna persona le ha cambiado algún aspecto concreto de su vida mientras tanto? La política del habla es importante para la forma, no para el fondo; para la consecuencia, no para la causa. La narrativa se sostiene en los hechos porque nace de ellos. Nuestra creatividad debe permitirnos observar que en la humildad está el principio, en el día a día, porque no hay otra forma. En lo que a veces parece desconectado, por ser lento y sencillo, habitan los gestos de humanidad que mantienen el conjunto a flote.

Deseo recomendar a todos los jóvenes de nuestra ciudad empezar por el principio: experimentando la noción de comunidad, conociendo lo que se defiende y siendo parte de ello con respeto y valentía. Aportar a este contexto tan difícil lo que más hace falta: “compromiso y presencia” como respuesta a una crisis moral de un tejido social deshilachado, atomizado e indiferente. Estar donde haya que estar cuando se necesite, con la honestidad que nos provee de la confianza necesaria para defender a quien lo necesita sin muchas vueltas. Dar lugar a aquellos gestos de humanidad básicos, tal vez pequeños y sutiles pero concretos y fundamentales, como anclaje con la realidad en el trabajo día a día, es y siempre será infinitamente más valioso y honesto que la mejor frase, sobre la mejor idea, dicha de la mejor manera por la mejor persona posible.

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